domingo, 21 de abril de 2013

:. Santa Ana (II) .:


Querida Santa Ana, cuya bilis ahogó los recuerdos del muerto y pútrido otoño:
La luz del sol baña el huérfano árbol, y sus hojas ya son adultas. El verano devoró a la primavera, y ni siquiera vimos sus huesos caer de las nubes. Ya no existe el nacimiento de la vida ni los débiles rayos de sol. Las lluvias dieron lugar al polen, al calor asfixiante y a un infierno temprano. Las manadas de inconscientes gritan como animales por las calles asfaltadas con restos de agua y nieve. El invierno llora el asesinato de la primavera, y las bestias se regocijan en la violencia de las flores al copular. Las nubes absorben colores, egoístas, para reflejarlos en la puesta de sol. Los jardines susurran a los niños que mueran entre sus lazos para recuperar una infancia de gritos y pétalos quemados. Los muros reflejan una falsa luz de un sol que sonríe por puro compromiso.
Y a todos les encanta la llegada del calor. Y todos dejan de lado sus obligaciones usando como excusa el cielo que les observa, las hojas que caen agotadas, o la infección del aire.
A todos, menos a mí.
La prudencia ha desaparecido, sí, puedo verlo. Los inconscientes juegan fuera, movidos sólo por el exterior; sin ser capaces de pensar. Siguen con su vida fronemófoba, sin mirar más allá. Dejando que el calor esconda las consecuencias. Dejando aflorar sus instintos. Convirtiéndose en los animales que dejaron de ser cuando tú, Santa Ana, te tiraste a aquel pozo de té en mediados de Agosto, cuando el odio era tangible, cuando el odio temía el futuro, recordando un presente autófobo que asesinó a un tiempo ya vivido. 
Las flores no hacen más que parir miedos; pero nadie es capaz de verlo, tan ciegos con sus plantas y sus soles, con el sexo y las drogas, como excusas de juventud. Engaños propios a los que llaman amores, y los clasifican como mejor les conviene, dentro de su propia ignorancia. 
Cuando no tienen ni idea de a qué se refieren. 
No saben que amar es mantener el dolor cerca. Tomar cianuro como si de licor se tratara. Ser valiente a la hora de esconderse. Enfurecerse por la calma tras la tormenta, y calmarse en el propio infierno tras notar quemaduras en la piel. Ser leal a una traición. Tocar la lira en el fuego de la tierra. Apagar agua con brasas, soñando recuerdos. Coserse piel sana para que no huya herida. Encarcelarse en voluntad propia, andando en soledad entre cadáveres. Ser caótico con la más absoluta seguridad. Descansar despierto, despertarse muerto y vivir dormido. El homicidio de la autosuficiencia. 
El peor castigo es una bendición, y el mejor regalo es una muerte lenta de la voluntad.
Y las notas musicales desgarran cada músculo. Típico. 
Mi amada Santa Ana, hiciste bien en no exponerte nunca a una vida de dependencia. 

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