domingo, 14 de abril de 2013

:. Santa Ana .:


Querida Santa Ana, que en paz descanse y a quien tierra trague:
Las luces de mi ventana no han hecho más que marchitar las hojas de la noche con sus cálidos y violentos tonos. El aire nunca hizo más que posponer la llegada de la luna. Ese árbol, el que siempre está mirando hacia mi habitación, el que siempre atrae a los gatos a los balcones y a las palomas a las persianas, no ha parado de llorar desde que volví. Se caen sus hojas en mitad de la primavera, disculpándose por no ser flores. Disculpándose por ser como debían ser desde el inicio. Sintiendo pena por un cambio que arreglan con su irremediable suicidio. 
Y yo, lejos de intentar hablar con el árbol, sólo puedo mirarlo y pensar. La farola que le acompaña no deja de parpadear, negándose a ver la caída de las hojas. Negándose a darles esa luz que, según ellas, no merecen.
Y en lo más profundo de mi garganta noto un llanto prisionero cada vez que esas hojas se mueven. Cada vez que la luz parpadea. Cada vez que debo apartarme el pelo de la frente y dejarlo tras mi oreja.
Mis manos tiemblan mientras mis uñas se arrancan el esmalte a tiras, intentando arrancarse a sí mismas y a la carne que protegen. Mis dientes aprisionan mi labio inferior tratando de perforarlo y devorar su jugo. Y mis ojos… ¿qué más habrá que decir? Se fijan en las hojas e intentan caer con ellas, pero sólo las pestañas que tan fielmente tratan de cuidarlos cada noche de luna nueva siguen el lúgubre camino. 
Ellos se cierran, temerosos de la muerte. Y mis suspiros chocan contra el suelo, mientras las lágrimas se niegan a salir para avanzar por dentro, hasta la garganta. Y se refugian en el llanto, para nunca ver la luz asesina.
Y yo me pregunto, querida Santa Ana, cuyos días acabaron en las lluviosas tardes de Junio, adornadas por la humedad y el frío, adornadas por retazos y trizas de una fría conversación que mudó a nortes mejores… ¿es eso lo que a mí me espera?
¿Seré una presencia a observar, un suicidio a soportar? ¿Una presencia triste, deprimida, desesperada con una gélida calma que nunca querrá marcharse?
¿No será mi recuerdo más que un fragmento de una vida? ¿Una vida encerrada incapaz de encontrar un sosiego en los rincones de su celda?
Estoy vacío. De fe. De voluntad. De sueños.
Siento que los reflejos de los cristales no hacen más que engañarme, más que intentar hacerme creer en puras emociones sin base ni fundamento. Una sensación de espera inacabable por puro respeto, un silencio a lo largo del pasillo del casillo en el que habito, las burlonas sombras que sin hacer un solo ruido van y vienen, nacen y mueren… ¿por qué pretendo creer más allá de ello? ¿Qué más colores me podría deparar esta existencia, en los que apenas tengo fuerzas para hablar? ¿Para qué sirve hacer nada de lo que tengo planeado, de lo que alguna vez soñé, de lo que alguna vez yo mismo aconsejé a cualquier ser ajeno a mi circunstancia? 
Quizá la vida no sea lo que espero. Quizá no fuera lo que esperaran las hojas de ese árbol vigía, ni de esa luz que lucha por apagarse, ni de esa luna que me niega su presencia una noche tras otra. Quizá la vida no sea más que dolor y agonía. 
Y quizá el intentar perdurarla no sea más que una idiotez.



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